En un escenario mundial de enfrentamiento imperialista, con EEUU empujando una guerra arancelaria como mecanismo de disputa con China, la otra gran potencia imperialista del momento, las tendencias a la crisis y los choques bélicos aumentan. Es que en su lógica, las burguesías imperialistas, al sentir amenazada su hegemonía y su liderazgo, sólo pueden batirse hasta ser destronadas. No hubo en la historia del capitalismo un pasaje de la hegemonía de una potencia imperialista hacia otra sin enfrentamientos cruentos como las dos guerras mundiales del pasado siglo XX.
La política trumpista ha dejado a Europa a su propia suerte, llevando a aumentar aún más la carrera armamentística -sobre todo en Alemania- en la que se encuentran desde la invasión de Rusia sobre Ucrania. China mientras tanto sigue avanzando en su influencia comercial sobre Asia, África y cada vez más sobre América Latina.
Argentina, entre la deuda y la crisis
En este cuadro convulsionado, finalmente el presidente Milei, consiguió que el FMI apruebe un nuevo crédito de 20 mil millones de dólares, con un desembolso inicial del 60% del crédito, a lo que se suman los fondos provenientes del Banco Mundial (BM) y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Es clara la apuesta política de EEUU de empujar a los organismos multilaterales, con el FMI a la cabeza, a apuntalar el gobierno de Milei, aliado internacional de Trump, en medio de una corrida cambiaria contra el peso que el gobierno no podría sostener de otro modo.
Sin embargo, esta nueva deuda, sumada a la que tomó el gobierno de Macri y que el Gobierno de Alberto Fernandez y Cristina Kirchner convalidó y legalizó, constituyen un peso insoportable sobre la economía argentina, que se verá forzada a una dinámica de mayor ajuste y reformas en contra de la clase trabajadora y el pueblo.
La devaluación arrancó en un 12% pero puede oscilar hasta el 30%, atacando aún más los empobrecidos salarios y jubilaciones. Es decir, un nuevo golpe que se suma al de diciembre de 2023, con la primera devaluación brutal de Caputo y Milei.
Se trata de una combinación letal: la profundización del ajuste sobre la clase trabajadora y el pueblo, la subordinación de toda política económica al FMI por años y años, y el alineamiento del país detrás de EEUU en un cuadro de competencia imperialista con una dinámica impredecible.
Este nuevo ciclo de endeudamiento vuelve a plantear la necesidad de una política de la clase trabajadora que inicie por la ruptura con el FMI y el repudio de la deuda externa en su totalidad. Cualquier otro programa que no inicie por este punto central, podrá tener muy bellas palabras y apalancarse sobre la grieta electoral, pero es una política que nace muerta, porque no hay posibilidad de repago de esa deuda si no es a costa de la subordinación absoluta a las políticas del FMI.
Algo de esto se vió durante el gobierno de Alberto Fernandez y Cristina Kirchner. La aceptación del crédito del FMI y su legitimación mediante la renegociación con este organismo mostraron los límites de esa opción que se autoproclama progresista, pero que no puede superar los condicionamientos impuestos por la burguesía, la ultraderecha y el imperialismo.
Una política de independencia de clase
La lucha contra el gobierno tiene que poder ligarse con esta cuestión fundamental, no es sólo la necesidad de que la clase trabajadora pueda desarrollar la lucha para echar a Milei, sino que pueda tener un horizonte de ruptura con la burguesía, con el imperialismo y con sus condicionamientos.
Podemos ver a las claras esta contradicción en la provincia de Buenos Aires, donde se presenta a Kicillof como ferviente opositor a Milei, discursivamente antagonista al gobierno de Milei, pero que en los hechos acepta los condicionantes de la política nacional, no afecta los intereses de los patrones y descarga el ajuste sobre les trabajadores. Es que haciendo política en el marco de estas instituciones y aceptando los condicionamientos impuestos por el imperialismo nada muy distinto se puede hacer.
Por estos motivos, las demandas por la recomposición salarial, contra cualquier despido y, sobre todo, por el rechazo a cualquier reforma (laboral, previsional, etc.) que tienda a empeorar las condiciones laborales y que aumente los niveles de explotación, tienen que estar a la orden del día. No puede haber concesiones en pos de sostener a tal o cual fracción política por ser “menos mala” que la fuerza que gobierna el país. Junto a todos los sectores que estén dispuestos a luchar por este programa debemos avanzar en la unidad y la coordinación, sin poner ninguna expectativa en aquellas conducciones que en los hechos vienen sosteniendo la gobernabilidad al gobierno de Milei, pero presionando para que promuevan acciones de lucha, como fue el paro general del pasado 10 de abril. El desarrollo de una política que se delimite en su programa pero que no se auto margine del movimiento de masas es fundamental, justamente, para construir una salida a ese movimiento de lucha que crece en su bronca y en disposición a pelear pero que no termina de encontrar canales para expresar todo el descontento.
Por eso entonces, la tarea central es desarrollar la lucha de la clase trabajadora desde todos los frentes posibles, militando por la independencia de clase y por la ligazón entre las luchas sectoriales o de oposición al gobierno con la necesidad de romper con el FMI, repudiar la deuda externa y proponernos un gobierno propio de trabajadores para trabajadores.
Partido por la Revolución y el Comunismo – PRC
16/4/2025