Desde las usinas del poder vienen desplegando una intensa propaganda alrededor de los 40 años de democracia, los cuales deberíamos festejar. ¿Hay motivos para celebrar? Lo que falta, ¿son deudas de la democracia o son cuestiones que esta democracia no puede resolver? En estos días publicaremos una serie de notas sobre la cuestión, repasando las cifras que nos deja esta democracia en términos de represión, de asesinatos laborales y en femicidios, intentando revelar la lógica diaria de acumulación y muerte más allá del ropaje democrático.
Introducción
¿La democracia burguesa es simplemente un mecanismo neutro mediante el cual la población elige a sus gobernantes o es una forma específica de dominio de una clase sobre la otra? El gran triunfo de la clase capitalista tras la revolución francesa no fue simplemente haberle sacado el poder a la nobleza y cambiar la monarquía absolutista por la república como forma política para las naciones, sino haber impuesto su concepción político-ideológica democrática como hegemónica. Esto es que el grueso de la población, independientemente de la clase social a la que pertenezca, adopte los ideales de la burguesía como propios, la defensa de la propiedad privada y la democracia representativa parlamentaria como cosa “natural”. Por supuesto que esto no detuvo la lucha de clases, porque la explotación capitalista desde fines del siglo 18 en adelante no hizo más que profundizarse, haciendo brotar a lo largo y ancho del planeta importantes enseñanzas al proletariado mundial. La clase obrera en todo el mundo logró sintetizar sus propias ideas, sus propias prácticas políticas y el desarrollo de la democracia obrera con la cual construyó organización tanto sindical como política. No es objeto de esta nota hacer un reconto de las experiencias históricas en donde la clase se dio sus propios mecanismos democráticos de participación, deliberación y toma de decisiones, solo decir que han sido una constante las prácticas democráticas contrahegemónicas en cada avance de la lucha de clases que, por supuesto, aquí y allá los Estados se encargaron de combatir, ante el peligro concreto que significa para la dominación de clase, el desarrollo del poder obrero y popular.
La historia reciente de América Latina no estuvo por fuera de esta lógica. La seguidilla de dictaduras cívico militares implantadas en nuestra región durante el siglo 20 no fueron ni más ni menos que la política del imperialismo estadounidense -representante del capital más concentrado- para detener el avance y desarrollo del poder de la clase obrera. Paradójicamente, tras la Segunda Gran Guerra, en nombre de la libertad y la democracia promovieron cruentas dictaduras y gobiernos autoritarios, con rasgos fascistas, que buscaron la desarticulación y la aniquilación directa de todo indicio de organización obrera y popular. Una vez completado este objetivo central, era necesario reconstruir la diezmada legitimidad de los gobiernos frente la presión popular cansada del autoritarismo milico. En países como el nuestro, el fin de la última dictadura es a la vez una conquista popular producto de la movilización de masas en defensa de los derechos humanos y libertades democráticas, así como la implantación de la democracia representativa como forma de garantizar la dominación de la clase capitalista.
Pasados 40 años de democracia ningún gobierno, ni radical, peronista o macrista, frenó el endeudamiento del país, pauperizando cada vez más la vida de lxs trabajadores. La decisión de pagar la deuda externa lleva la política de ajuste del gobierno a un nivel superior.
A 47 años del golpe, la Argentina se encuentra sometida a las demandas del FMI. Mientras se paga la deuda, más del 50% de la población se encuentra bajo la línea de la pobreza. Es claro que el ajuste no pasa sin represión y año tras año los mecanismos de cercenamiento de la clase se han perfeccionado y profundizado: la decisión política del Estado capitalista argentino es perpetuar la subordinación de la clase trabajadora a los intereses de los grandes capitalistas.
Esta decisión de abandono por parte del gobierno nacional, de los gobiernos provinciales y municipales, es decir la suma del Estado -que está y estuvo siempre bien presente-, desde el retiro de la democracia a la fecha, se ve reflejado en los altísimos índices de muertes por gatillo fácil, la represión y hostigamiento a lxs luchadorxs sociales y políticxs, los asesinatos laborales (ya que no se garantiza desde el Estado que en los espacios de trabajo se cumplan las normas de seguridad correspondientes) así como también en los altísimos números de femicidios y transtransfemicidios que hoy día son moneda corriente.
Por estas razones, hoy más que nunca, a 40 años de su retorno, no alcanza con “defender la democracia”, sino que es necesaria una salida propia de nuestra clase para que podamos desarrollar una vida digna, a la cual esta democracia de ricos no puede dar respuesta satisfactoria.
PRC, 31/05/23.
