El 20 de agosto de 1940, en Coyoacán, México, era asesinado a manos de un agente stalinista León Trotsky, uno de los revolucionarios y pensadores más importantes que ha dado la corriente del marxismo.
Trotsky tuvo un rol protagónico en la revolución de octubre y la toma del poder por parte de la clase obrera rusa, en el sostenimiento del primer Estado Obrero por medio de la jefatura del Ejército Rojo de Obreros y Campesinos cuando la guerra civil derrotando a 14 ejércitos, en la creación de un faro de lucha para lxs explotadxs del mundo levantando junto a Lenin y demás revolucionarios la III Internacional, y luego, tras el entronizamiento del stalinismo y su política contrarrevolucionaria, en la creación de la Oposición de Izquierda y más tarde de la IV Internacional.
Durante sus últimos días de vida, de exilio en México, estaba consciente de la situación de hostigamiento y persecución en la que se encontraba por la policía secreta de la URSS (la GPU). Ya había sufrido todo tipo de atentados para acabar con su vida, y Stalin y sus agentes habían asesinado a casi toda su familia, entre ellxs a sus cuatro hijxs.
En ese contexto totalmente adverso, el gran revolucionario bolchevique redactó unos breves escritos, que fueron conocidos como su “Testamento”, en los cuales, pese a la situación extrema en la que se encontraba, no dejará de insistir en la necesidad de seguir la lucha por un futuro mejor, por una sociedad comunista.
A continuación los testamentos[1]
27 de febrero de 1940
Mi presión arterial alta (que sigue aumentando) engaña los que me rodean sobre mi estado de salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas líneas se publicarán después de mi muerte.
No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.
Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos. Sin embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanovna Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los casi cuarenta años que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos, especialmente en la última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días felices.
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.
L.Trotsky
Todas mis pertenencias, mis derechos literarios (los ingresos que producen mis libros, artículos, etcétera) serán puestos a disposición de mi esposa Natalia Ivanovna Sedova. En caso de que ambos perezcamos [el resto de la página está en blanco].
3 de marzo de 1940
La índole de mi enfermedad es tal (presión arterial alta y en avance) -según yo lo entiendo- que el fin puede llegar de súbito, muy probablemente -nuevamente, es una hipótesis personal- por un derrame cerebral. Este es el mejor fin que puedo desear. Es posible, sin embargo, que me equivoque (no tengo ganas de leer libros especializados sobre el tema y los médicos, naturalmente, no me dirán la verdad). Si la esclerosis se prolongara y me viera amenazado por una larga invalidez (en este momento me siento, por el contrario, lleno de energías espirituales a causa de la alta presión, pero no durará mucho), me reservo el derecho de decidir por mi cuenta el momento de mi muerte. El “suicidio” (si es que cabe el término en este caso) no será, de ninguna manera, expresión de un estallido de desesperación o desaliento. Natasha y yo dijimos más de una vez que se puede llegar a tal condición física que sea mejor interrumpir la propia vida o, mejor dicho, el proceso demasiado lento de la muerte… Pero cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da aun ahora una capacidad de resistencia que ninguna religión puede otorgar.
L.T
[1] “Testamento”. Reimpreso con permiso de los editores de Diario de Trotsky en el exilio, 1935 (Cambridge, Mass, Harvard University Press. Copyright 1958, por el presidente y colegas de Universidad de Harvard).