El 3J del año pasado marco un hito en la historia de nuestro país. 500 mil personas coparon las calles al grito de “ni una menos”. Es que las muertes de mujeres a manos de sus maridos, ex esposos, novios, amantes, etc., llenan de sangre la tapa de los diarios todos y cada uno de los días, y la bronca fue creciendo hasta transformarse en acción directa, llenando todas las plazas del país.
La realidad es que el Femicidio es tan solo una las formas de violencia hacia la mujer, pero es también la más extrema. Es el asesinato cometido por un hombre hacia una mujer a quien considera su propiedad. Generalmente es el último eslabón de una cadena de agresiones contra ellas, que incluye diversas formas de humillación, de desprecio, de maltrato físico y emocional, de hostigamiento, de abuso sexual, de incesto, de abandono, de terror.
Las estadísticas son tan grandes que impiden pensar estas violencias como problemáticas individuales, y exigen soluciones de fondo. La única medida que implemento el Gobierno de Cristina, fue sancionarla ley 26485 “Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales” que al día de hoy deja en claro su inutilidad. Solamente en nuestro país 277 mujeres fueron víctimas de feminicidios durante el 2014. Lejos de haber disminuido, se declaran 286 víctimas en 2015 y en tan solo los primeros meses de 2016, ya con el gobierno de Macri, 66 nuevas muertes nos congelan el alma.
A su vez, miles de mujeres son desaparecidas por las redes de trata de personas o abusadas sexualmente y otras miles mueren por los abortos clandestinos. Ese es el caso de Belén que hace dos años se encuentra presa a causa de un aborto espontaneo que tuvo en el hospital de Tucumán, por un embarazo del que ni siquiera supo hasta ese momento.
Por ella y por tantas otras continuamos movilizadas. Este caso como tantos más, ponen en evidencia que las miles de muertes de mujeres son producto del sistema de conjunto, con complicidad de las iglesias, los gobiernos, la policía y la justicia, todos son responsables. Y que las que lo sufrimos más a fondo somos las mujeres de la clase trabajadora. Por eso debemos organizarnos en nuestros barrios, escuelas, centros de estudiantes, fábricas y demás lugares de trabajo, entendiendo que el “Ni una menos” solo es posible si nos unimos y luchamos las mujeres junto a nuestros compañeros todos los días.
Todo acto de violencia contra las mujeres es un reflejo consciente o inconsciente del desprecio a la dignidad del ser humano, sobre el que se ejerce violencia física o psicológica y es producto del sentimiento de “superioridad” moral que otorga esta sociedad patriarcal.
Sin embargo, repudiamos la indignación hipócrita y criminal de aquéllos que condenan de palabra la violencia machista mientras que avalan la violencia sobre el conjunto de los seres humanos a través de la explotación laboral, los despidos, etc.,…. Son los mismos que apoyan y promueven guerras imperialistas que asesinan a miles de personas en interés del estilo de vida “occidental”; es decir, en interés de los bancos y multinacionales.