Finalmente los resultados de la segunda vuelta en las elecciones de Brasil confirmaron a Jair Bolsonaro como próximo presidente del país vecino. El nuevo gobierno viene a poner un broche de oro a las políticas de ajuste que en el último tiempo profundizó Michel Temer pero que comenzaron en la presidencia de Dilma Rousseff, quien impulsó desde 2015 las reformas previsional y laboral, que atacan fuertemente los derechos y el poder adquisitivo de lxs trabajadorxs.
Bolsonaro llega apoyado por los votos a terminar el trabajo iniciado por Temer, quien carecía de legitimidad por hacerse con la presidencia en una maniobra parlamentaria de impeachment a Rousseff. Bolsonaro además asume con una agenda profundamente reaccionaria de ataque directo a movimientos sociales como el MST (a quienes prometió ilegalizar en el marco de la ley antiterrorista aprobada por el PT), un discurso misógino y homofóbico y políticas fuertemente influenciadas por las iglesias evangélicas anti derechos.
Por su discurso marcadamente reaccionario, la llegada de Bolsonaro al poder puede emparentarse con el gobierno de Trump en los EEUU, quién también gobierna con un discurso profundamente misógino, racista y contrario a lxs trabajadorxs inmigrantes. Y no solo se emparentan en lo discursivo, sino que todas las declaraciones indican que el nuevo gobierno brasileño fortalecerá los lazos con los EEUU, asegurándole a Trump una ventaja en la región en la disputa abierta con otras potencias comerciales, en especial China.
Pero también, tanto EEUU como Brasil forman parte de una nueva alza de las derechas en todo el continente americano. En los últimos años, y en especial luego de la crisis mundial de 2008, asistimos a un cambio de signo en los gobiernos que la burguesía impulsa para gestionar los diversos estados. Lo vemos con el triunfo de Macri en Argentina, pero desde antes, con el golpe a Zelaya en Honduras, a Lugo en Paraguay y con el triunfo de Lenin Moreno en Ecuador (candidato de Correa que hoy impulsa profundas medidas de ajuste). Se ve también en la profunda crisis en la que está inmersa la Venezuela de Maduro y la pulseada que mantiene con la derecha.
Todos estos casos nos muestran que, en medio de una crisis internacional que no termina de cerrarse, la burguesía necesita aplicar un profundo ajuste contra lxs trabajadorxs y para eso impulsa gobiernos más acordes a la tarea.
Bolsonaro representa una vuelta de tuerca más en este giro: legítima a una reacción de corte fascista que ya existe en Brasil (recordemos el asesinato de Marielle Franco en Marzo de este año) y abre el camino a otros movimientos reaccionarios en la región (algunos futuros ministros deslizaron la posibilidad de una intervención militar de Brasil en Venezuela). La perspectiva es bien complicada para lxs trabajadorxs ante un panorama de profundización del ajuste y de persecución política a quienes se organizan por una salida revolucionaria.
Ante este panorama debemos plantear más que nunca la necesidad de un gobierno de lxs trabajadorxs. El ejemplo del PT muestra que los gobierno autoproclamados “de izquierda” de la región no supusieron un freno a la burguesía. Lejos de eso, supieron gestionar y desmovilizar muchos reclamos aprovechando el “viento de cola” anterior a la crisis mundial y aplicaron las recetas de ajuste contra lxs trabajadorxs cuando el modelo se agotó. El gobierno de Dilma es ejemplo de eso, con su continuación tras el golpe institucional con Temer.
Ante el avance de los gobiernos reaccionarios debemos seguir el ejemplo de la ola feminista mundial y de las mujeres que en Brasil fueron las primeras en movilizarse en las calles contra Bolsonaro. Solo un gobierno de lxs trabajadorxs puede combatir a fondo al fascismo y la burguesía.