En el marco del recordatorio que hacemos desde el PRC al cumplirse el 19 de julio 43 años de la caída de la dirección del PRT, la organización marxista de la clase obrera más importante en los años ‘60 y ‘70, compartimos una semblanza escrita por Gregorio “el Goyo” Flores y dedicada a Mario Roberto Santucho, quien fuera secretario general y máximo referente político de aquella organización.
Mario Roberto Agustín Santucho nació en el caluroso mediodía del 12 de agosto de 1936, en la calle Tucumán 314 de Santiago del Estero. Hijo de Don Francisco Santucho, casado en segunda nupcias con Manuela del Carmen Juárez, hermana menor de su fallecida primera esposa. El Robi Santucho -como se lo conocía en la militancia- murió en un enfrentamiento con un comando del Ejército Argentino el 19 de julio de 1976, a las 14:30 horas en la calle Venezuela 3149 de Villa Martelli, una barriada del Gran Buenos Aires. Fiel a sus convicciones sabía que un jefe debe morir antes que entregarse detenido en manos del enemigo, por eso resistió junto a su compañero Benito Urteaga, aún cuando no había ninguna posibilidad de salir con vida. Esta es una semblanza de uno de los personajes más notables de la época.
Santucho perteneció a una generación de mujeres y hombres que en la década del 70 fue protagonista de grandes acontecimientos sociales y políticos. Algunos de sus hechos más relevantes constituyen un mojón que marcó el comienzo de una nueva etapa política, cuyas características principales fueron las grandes movilizaciones de masas, con activa participación de la clase obrera, principalmente en lo que se refiere al proletariado industrial. Esto no puede entenderse si no se tiene en cuenta la profunda tendencia antiburocrática que anidaba en las bases obreras. Vale como demostración de lo que digo que la consigna más coreada en las movilizaciones fue “se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical” Esto viene a cuento porque la guerrilla urbana es el otro hecho novedoso que aparece en toda su dimensión después del Cordobazo. Vale decir que la lucha armada que viene a ser el leit motiv de Santucho, arranca en el fragor de una clase obrera levantisca, en la cual el líder guerrillero tenía cifradas esperanzas.
Para poder entender el fenómeno de la guerrilla es importante ubicarnos en el marco de la situación política en que hacen su aparición los grupos armados. Tanto en el plano internacional como en el nacional existen condiciones objetivas que cuestionan los fundamentos del orden social imperante. Por ejemplo, el Mayo francés de 1968, en el que los estudiantes se lanzaron a la calle y lograron incorporar en esa revuelta a cerca de diez millones de trabajadores, en huelga y con la toma de 120 establecimiento fabriles. Santucho, que se encontraba en París durante ese levantamiento popular debió quedar impresionado ante semejantes movilizaciones de masas. Otro dato que seguramente decidió a Santucho a iniciar la lucha armada fue el triunfo de las huestes comandadas por Fidel Castro y el Che Guevara, que el 1ro de enero de 1959 habían entrado victoriosos en la Habana derrotando al dictador Fulgencio Batista. Cuba en especial después de la derrota que el pueblo cubano le impuso a los marines yanquis en Playa Girón, pasó a ser el punto de referencia para la generación de jóvenes que veían en ella la posibilidad de prepararse para la toma del poder en otros países de Latinoamérica.

También en ese año, 1968, cuando Santucho está abocado a la organización del PRT y la construcción del ERP para comenzar la lucha armada, en nuestro país el movimiento obrero organizado se fracturó, dando lugar al surgimiento de dos centrales obreras. La CGT Azopardo, controlada por Augusto Timoteo Vandor, y la CGT de los Argentinos, liderada por el gráfico Raimundo Ongaro. En ese momento la CGTA aparece como una CGT combativa que aglutina algunos sectores de la izquierda, y fundamentalmente, al activismo que está harto de los manejos espurios de la burocracia sindical donde el vandorismo es uno de sus mejores exponentes. Otro hecho que seguramente influyó en Santucho y en todos los que con él comparten la estrategia armada para la toma del poder, fue la corriente surgida dentro de la Iglesia Católica conocida como los sacerdotes del Tercer Mundo. Comienza en 1967, basada en la conferencia de Medellín y en un extenso documento en el que cuestionan al capitalismo y a la dominación imperialista y reconocen “el derecho de los pueblos y de las clases oprimidas” a utilizar la violencia contra los opresores. La Consigna de los Sacerdotes del Tercer Mundo dice que “la violencia de los oprimidos no es violencia, es justicia”. Como testimonio de ese movimiento progresista Camilo Torres, el sacerdote guerrillero de Colombia, muere en un enfrentamiento armado.
Después de la ruptura definitiva con Nahuel Moreno, en 1967, se realizó un congreso donde, en un documento elaborado por el propio Santucho, se manifiesta explícitamente que “nosotros no deseamos la violencia, pero resulta Inevitable”. Efectivamente, puedo dar testimonio de que, en realidad, ninguno de los jefes guerrilleros que estuvieron detenidos en Rawson, ya fueran Santucho y Menna, del ERP, así como Marcos Osatinsky, Roberto Quieto, Carlitos Astudillo, de las FAR, o Pujadas, de Montoneros, creía en la violencia como un fin en sí mismo. Allí, en el pabellón de la cárcel, miles de veces explicaron que al planificar una acción, hacían todo lo posible para evitar la violencia. Naturalmente, en un enfrentamiento, cuando estaba en juego la vida de un guerrillero frente a un represor no queda ninguna duda por quién había que optar. Digo esto como testimonio veraz, tratando de contrarrestar tanta estúpida mentira que se dijo antes y que muchas veces se sigue repitiendo, ahora como una muletilla: “que eran asesinos terroristas, que eran violentos, etc, etc.” Y hasta se llegó a meter la idea en los jóvenes de esa época que los guerrilleros actuaban bajo los efectos de la droga. Nada más alejado de la verdad. Equivocado o no, Santucho sostuvo hasta su muerte que la burguesía la había declarado la guerra al pueblo trabajador y que a éste no le quedaba ningún otro camino que no fuera la guerra revolucionaria, que él caracterizaba como guerra popular y prolongada. Todos estos hechos son rigurosamente ciertos y existen numerosos testigos que pueden certificar lo que digo; aun aquellos conversos que se pasaron al campo del enemigo pueden dar testimonios de que lo que digo es cierto. Mucho se ha dicho y escrito sobre la viabilidad de la lucha armada en aquella etapa política, como método legítimo para acceder y sostenerse en el poder una vez que la burguesía ha sido derrotada. Algunas corrientes sostenían que no se podía realizar una práctica armada al margen de la experiencia de masas. Hasta se llegó a decir que no había que dar justificación a la represión porque aunque fuera lícito ajusticiar a un torturador políticamente eso no corresponde, porque exacerba la represión. Sin embargo, cuando uno estudia la historia de la Clase Obrera Argentina, cae en la cuenta de que la violencia contra los trabajadores ha sido una constante, bajo todos los regímenes políticos, se trate de gobiernos conservadores, oligárquicos, de gobiernos democráticos elegidos por voto popular y ni que hablar de las dictaduras militares cuya única razón de ser ha sido y será imponer la paz de los cementerios.
Conocí a Santucho en los primeros meses de 1970, cuando el Negro Germán lo llevó a mi casa. Muy lejos estaba yo de imaginar que ese hombre morocho de ojos vivaces y mirada penetrante como el águila iba a ser, poco tiempo después, el enemigo más feroz de la dictadura y de la clase patronal. Este solo hecho me sirvió a mí para darme cuenta que sí quienes nos tenían en la cárcel a nosotros, por haber sido elegidos delegados, eran los mismos que con criminal saña perseguían a los guerrilleros, pocas dudas quedaban de qué lado había que estar. Cuando Santucho fue trasladado a la cárcel de Rawson, recién ahí me di cuenta de quién era el que había estado en mi casa. Al día siguiente de su llegada al penal, Santucho formó un grupo de estudio con el Cuqui Curuchet, Néstor Sersenuijt y yo. Santucho fue el primer dirigente político que me hizo entender que las direcciones de los sindicatos clasistas (Sitrac y Sitram) habíamos tenido posiciones ultraizquierdistas al tomar las tareas que no correspondían a un sindicato, sino a un partido político. Fue él el que me explicó que era incorrecto que un sindicato llevara adelante consignas como “ni golpe, ni elección, revolución”, porque son consignas que tiene que levantar un partido. Fue Santucho el que me explicó que un sindicato es una organización de masas que agrupa a todos los trabajadores por su condición de explotados, pero me dijo que, muchas veces, en un mismo sindicato, hay trabajadores que vienen de distintas experiencias políticas. Esos trabajadores son, en muchas ocasiones, portadores de ideas que objetivamente pertenecen a la clase enemiga y por lo tanto son contrarios a sus propios intereses. El sindicato, me decía, tiene la obligación de defenderlos frente a los patrones y educarlos dándoles una orientación como clase. En ese momento (1971) yo era un acérrimo enemigo de participar en las elecciones porque consideraba que era una forma de engaño más de los tantos que usa la burguesía.
Con la paciencia de un vietnamita, Santucho me hizo comprender que es un error no saber discernir en qué momento se debe concurrir o no a una elección. Es cierto que me decía que las elecciones son una forma de legitimar a quienes nos van a seguir explotando, pero durante el proceso electoral existe una apertura democrática y es muy importante para un partido saber aprovecharla. En ese momento -se refería a las elecciones de 1973- no existen condiciones subjetivas ni objetivas para plantear una abstención o voto en blanco. En otras condiciones, cuando tengamos algunas zonas liberadas, se verá si conviene plantear o no concurrir a una elección, o el boicot. Pero para ello es necesario estar en condiciones de quemar urnas o movilizar sectores importantes de los trabajadores repudiando las elecciones. En esta oportunidad, si el partido tuviera más inserción en la clase, me decía, sería muy bueno lanzar las candidaturas de los diputados obreros. Coherente con esa posición, cuando renunció Cámpora y Solano Lima, el Negro Germán me fue a buscar al trabajo para que pidiera una entrevista a Agustín tosco y proponerle la candidatura a la presidencia de la nación en una fórmula con Armando Jaime, que era el asesor político en ese momento de la CGT clasista de Salta.

La entrevista con Tosco se hizo en el sindicato de Luz y Fuerza y junto con el Negro Jorge (también conocido como el Tortu). En esa entrevista y en otras que estuve con el gringo Tosco me dijo “si mi candidatura sirve para unir a la izquierda, yo no tengo ningún inconveniente en ser candidato. Pero si mi candidatura es factor de que la izquierda se divida, yo no puedo aceptar. En esas elecciones, el PCA con quien Tosco mantuvo buenas relaciones hasta su muerte, llamó a sus militantes a votar por la candidatura de Perón-Perón. La conclusión es muy clara: Tosco no aceptó por no pelearse con el PC. Sin embargo, se siguen diciendo una serie de tonterías que, para quienes por obra de las circunstancias estuvimos presentes, parecen muy poco serias. A la historia hay que contarla tal y como fueron los hechos y no bastardear la verdad para quedar bien. También es cierto que yo no creo en la verdad absoluta, pero siempre he tratado de acercarme a ella.
Mario Roberto Santucho fue a mí entender un auténtico revolucionario. Puso a toda su familia al servicio de la Revolución. El trágico saldo: siete muertos, cuatro desaparecidos, nueve exiliados son un testimonio elocuente de lo que digo. Santucho tenía profundas convicciones en las posibilidades del triunfo de la Clase Obrera y el pueblo. Era un hombre de suaves modales, aunque no por ello dejaba de ser severo en sus juicios. Dedicó cada minuto de su vida a la revolución. Mientras estuvo en Rawson era de acostarse temprano y a eso de las cinco de la mañana se levantaba, hacía gimnasia, se duchaba y se ponía a estudiar. Era un excelente jugador de ajedrez: en el pabellón nadie pudo vencerlo. Con Carlitos Astudillo muchas veces hicieron tabla.
Santucho era un hombre humilde, serio, muy seguro de sí mismo y con un gran poder de persuasión. Fue un hombre muy singular para su tiempo: uno de los pocos en nuestro país que tenía en su cabeza la obsesión por el poder. Creo que cuando se conozcan más datos sobre el pensamiento de Santucho su figura se agigantará y es probable que sea tan o más grande que la del Che Guevara. Dueño de una audacia intelectual encomiable, Santucho fue quien más lejos llegó en el sinuoso camino por la toma del poder. Porque el PRT-ERP bajo su conducción atacó uno de los pilares donde se asienta el orden burgués: las Fuerzas Armadas, la clase patronal y su aparato jurídico.
Digan lo que digan sus detractores y los escritores de la burguesía, Santucho trascendió y fue lo que fue por lo que hizo, no por lo que dijo. Fue un batallador infatigable en la construcción del partido, del ejército y el frente, tres herramientas, según Santucho, necesarias para la toma del poder. No he conocido a nadie que haya luchado con tanto tesón y esmero por la unidad de la izquierda. Siempre trato de avanzar en la unidad de los grupos armados, porque era consciente de que se podía, si se actuaba coordinadamente, golpear con más éxito a la Dictadura. Esto lo sostuvo hasta su muerte. Aunque desde distintas corrientes de la izquierda se lo caracterizaba como foquista, Santucho sostuvo siempre que las acciones armadas tenían que estar ligadas al accionar de las masas. Si muchas veces no se hicieron las cosas como él quería, ésa es otra cuestión. Santucho insistió una y mil veces en que había que combinar sabiamente lo legal y lo ilegal. No se pudo, no se supo separar lo legal de lo clandestino. Evidentemente un movimiento sindical antiburocrático que se movía dentro de la legalidad en los frentes de masas y que estaba destinado a ganar a los trabajadores para expulsar a la burocracia no tenía que aparecer como algo ligado a la lucha armada. Pero Santucho estaba en contra de hacer funcionar a los sindicatos como partidos.

Muchas veces se ha dicho que la guerrilla era partidaria de la eliminación física de los dirigentes. Quienes estuvimos militando en esos frentes sabemos muy bien que dentro de la estrategia del PRT-ERP no figuraba la eliminación física ni de los burócratas ni de los políticos burgueses. En cambio, se sigue poniendo en un mismo plano de la guerrilla peronista, que si era partidaria del ajusticiamiento de burócratas y también políticos burgueses, como fue por ejemplo el caso de Arturo Mon Roig (Ministro de interior de Lanusse), muerto en una acción reivindicada por los Montoneros. Como decía el documento del primer congreso del PRT escrito por Santucho, “nosotros no somos partidarios de la violencia, pero ésta es inevitable”. Reafirmando ese concepto en muchas oportunidades, Santucho nos decía con relación a la violencia: la revolución no se hace para matar gente sino para liberar a la humanidad de la esclavitud capitalista. Para aplastar a la resistencia de los burgueses y sus funcionarios, no hay otra forma que la lucha armada, es decir, el enfrentamiento clase contra clase. Hasta ahora, julio de 2005, no estoy enterado de que alguien haya logrado despojar del poder a la burguesía por otros medios que no sea el enfrentamiento armado. Es más, todas las experiencias tratando de ir reformando los Estados burgueses para algún día llegar al socialismo, han terminado con el aplastamiento de la clase obrera, como sucedió en España, o más recientemente en Chile con el Frente de Unidad Popular. Para que haya socialismo en un determinado país es necesario, inevitable, que los explotados sometan, aplasten a los explotadores. Sólo así la clase obrera podrá erigirse en clase gobernante. Esto, qué duda cabe, se logra por la vía Armada. Mario Roberto Santucho fue consecuente con lo que pensaba, por eso está vivo en la memoria de quienes lo conocimos y lo estará seguramente las nuevas generaciones.
Ahora, en el 2005, uno puede darse cuenta de que se cometieron muchísimas equivocaciones, pero el día lunes cualquiera acierta el loto. El problema es que, en el momento que uno tiene que tomar esa decisión, se producen errores, algunos muy graves. Pero no es menos cierto que en esa etapa se hicieron las cosas que uno pensaba que tenía que hacer. Creo que nunca sabremos qué hubiese pasado si los hechos hubieran sucedido de otra manera. De algo estoy seguro: si Santucho no hubiese hecho lo que hizo no estaría escribiendo esta historia porque a nadie le importaría un Santucho que en lugar de asaltar cuarteles se hubiera dedicado a deshojar margaritas. Mucho tiempo después he aprendido que quienes se rasgan las vestiduras reclamando “Justicia y Paz” no han caído en la cuenta de que detrás de esas bellas palabras se esconde cualquier mierda. Es muy cierto que toda persona que posee sentimientos de fraternidad, de solidaridad, de igualdad, naturalmente quiere la paz. Pero lo que cualquier mortal sabe, porque vive todos los días, es que en el mundo no hay paz. Cualquier ser pensante sabe que hay millones de excluidos, desnutridos y hasta millones de niños que van desde los 6 a los 14 años, que son obligados a trabajar, o son preparados para ir a la guerra por causas totalmente ajenas a sus intereses. Y la causa de ello, de todo eso, es el capitalismo, la explotación, la propiedad privada de los medios de producción y el afán de lucro como motor de toda la vida social. A esta violencia cotidiana que es la generadora de los crímenes sociales no hay otra manera de erradicarla que enfrentándola en todos los términos. En la vida, en las ideas, y en todos los ámbitos donde sea posible combatirla. Como decía Santucho, “la democracia socialista sólo podrá ser edificada por el accionar de millones de hombres y mujeres, obreros campesinos, intelectuales, artistas y estudiantes dirigidos por un partido revolucionario”.
El capitalismo, según Santucho, “es la tumba de toda esperanza de redención humana”. El capitalismo nace, crece, se desarrolla y se perpetúa por medio de la violencia. Hasta hoy, 25 de julio de 2005, la única manera que se conoce para construir una sociedad más igualitaria, más justa, más humana, como quería el PRT-ERP, es a través del enfrentamiento armado, clase contra clase. Los objetivos del PRT-ERP eran la revolución socialista. Esto está fuera de toda duda. Que los caminos elegidos hayan sido los correctos o no, es parte de otra discusión. Hasta su muerte, Santucho sostuvo la necesidad de que el PRT debía ser flexible en lo táctico, pero inflexible en lo estratégico.: “Un partido revolucionario debe tener una política de alianzas para ganar a otras clases que son potencialmente revolucionarias, como la clase media, porque si uno no los gana para la revolución se van con el enemigo”. Es decir, tenemos que tener una política para neutralizar a quienes no nos apoyan y evitar que se coloquen en el campo opuesto. Cuando la clase obrera se muestre como verdadero caudillo es seguro que va arrastrar a estos sectores al campo de la revolución social. Por eso, el PRT-ERP hizo todos los esfuerzos necesarios para conquistarlos, incluso a sectores de las Fuerzas Armadas. En todos nuestros materiales nosotros diferenciamos a los suboficiales y conscriptos del cuerpo de oficiales reaccionarios, que han actuado siempre como defensores del orden social vigente.

Con respecto a las izquierdas, en especial al PCA que en ese momento era la fuerza mayoritaria, Santucho siempre tuvo una caracterización desfavorable. Dijo del PC: “Es un partido reformista que jamás va a desencadenar la revolución social porque no son revolucionarios. El PC es un partido democrático burgués, ellos creen que la revolución se hará algún día reformando el Estado burgués”. Pero según Santucho, una vez que la revolución haya triunfado, el PC, aunque a regañadientes, apoyaría la revolución. Y esto era lo que importaba, porque sin el apoyo del campo socialista es casi imposible derrotar la resistencia contra la revolución. El PRT consideraba al PC como un aliado estratégico. En la actualidad la política de los partidos stalinistas, su dependencia con la URSS, los ha convertido en un cadáver político que logra mantenerse en terapia intensiva por su gran aparato económico. Nada más.
Como dije en mi libro, La lucha del clasismo contra la burocracia sindical, el PRT tuvo una política “frente populista”. Los frentes populares, con alguna excepción que confirma la regla, son contrarios a la lucha de clases. Santucho creía que era casi Inevitable para llegar a la toma del poder la construcción de un frente popular, incluso con representantes políticos de la burguesía tipo Oscar Alende o Raúl Alfonsín, a quiénes se les propuso incorporarse al FAS o a algún Frente Patriótico Antiimperialista. Pienso ahora, después de que he visto correr mucha agua bajo el puente, que Santucho confiaba excesivamente en lo militar, por esa razón tal vez, creía en los frentes de características populares. A raíz de esta concepción, Santucho, a mi modo de entender, priorizó lo militar sobre lo político. Formó muy buenos cuadros obreros militares, como el comandante Pedro, obrero de Fiat, en la vida real Juan Ledesma que fue secuestrado y asesinado por el Ejército argentino. Según el testimonio de sobrevivientes fue colgado de los pies y le achuraron el vientre, y así despanzurrado mientras se desangraba, los verdugos le pedían que les dieran algún nombre así lo mataban, para evitar el martirio. Sin embargo, moriría como un revolucionario, confirmando lo que dijo Julius Fucik al pie del patíbulo antes de ser ahorcado por la GESTAPO: “Cuando la cabeza no quiere, ni el culo ni la boca hablan.”
Muchos críticos en aquel momento y posteriormente dijeron que Santucho se había adelantado a los tiempos. Según esa posición, no estaban dadas las condiciones para empezar la lucha armada en ese momento y se caracterizaba como una desviación pequeño burguesa. Yo nunca he compartido esa opinión, y mucho menos después de las explicaciones que me dio Santucho cuando yo le pregunté sobre esa cuestión: “La lucha armada es la continuidad de la política por otros medios. En realidad, la guerra es la expresión más alta de la lucha política”. Por esta razón, la burguesía y los monopolios han puesto en funcionamiento todo el aparato del estado para doblegar la resistencia de la clase obrera y el pueblo. Por eso, nosotros creemos que a pesar de todas las tormentas y las atrocidades que a diario cometen las fuerzas contrarrevolucionarias, nuestro pueblo vencerá. Es indudable que la guerrilla fue derrotada, entre otras cosas, porque el enemigo tenía un aparato represivo muy superior a las fuerzas revolucionarias de ese momento. Entonces, es evidente que la lucha estuvo planteada en términos desiguales. Quizás porque el enemigo tuvo en cuenta el peligro que se avecinaba, y reaccionó a tiempo. Es muy probable que Santucho no tuvo en cuenta que los capitalistas sí tienen conciencia de clase. Por esa razón, el radical Ricardo Balbín alertaba sobre los peligros de la guerrilla industrial, y desde el peronismo Luder, Ruckauff, Rocamora, etc., llamaron a las FF.AA. para que entraran en la faena represiva para aniquilar la subversión. Sin embargo, el precio que tuvo que pagar la burguesía fue muy alto, las FF.AA. que son el brazo armado de la clase capitalista, como señaló Santucho, salieron de esa etapa totalmente desprestigiadas. Es tan cierto que los propios asesinos de nuestro pueblo como Videla y Massera, cuando se sentaron en el banquillo de los acusados sin una pizca de hidalguía dijeron: “A nosotros nos traicionaron. Los mismos que nos impulsaron para que hiciéramos lo que hicimos, ahora nos quieren mandar al Patíbulo”.

Pero hay otra cosa muy importante para tener en cuenta: la derrota de la guerrilla fue un triunfo a lo Pirro de los explotados porque el deterioro de las instituciones ha sido tan significativa que parece muy difícil que la burguesía, a pesar de todos los esfuerzos que hacen sus representantes, logré sanearla. ¿Quién cree en la justicia? ¿Quién cree en el parlamento? ¿Quién cree en la institución madre de todas las hipocresías y el cinismo, colaboradora infaltable de todos los crímenes de los explotadores como lo ha sido y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos, la muy oscurantista y reaccionaria Iglesia Católica Apostólica y Romana? Que esta institución haya entrado en un franco e Irreversible deterioro es el costo que está pagando por su estrecha colaboración con la dictadura más sangrienta del pueblo argentino. Que la clase política burguesa sea particularmente vituperada por la ciudadanía, al extremo de que ninguno de sus representantes puede sentarse a tomar un café, es el desgaste Inevitable de quienes históricamente han estado del lado de los masacradores. En todo este desprestigio de las instituciones del sistema capitalista mucho tiene que ver la lucha de nuestro pueblo, y la guerrilla fue parte de él. De esto no tengo ninguna duda.
Hasta hoy, los detractores del jefe Guerrillero Mario Roberto Santucho no han mostrado nada superior a lo que él hizo. Creo que en la actualidad hay muchos revolucionarios, pero tienen que demostrarlo. Que unos sean mejores que otros me parece una verdad de Perogrullo, pero como dice el viejo refrán, “en la cancha se ven los pingos”. Que la generación de Santucho tuvo una capacidad de entrega y abnegación es algo que hasta ahora no ha sido superado ni desmentido por nadie. Existen abundantes testimonios de la calidad humana de los guerrilleros. A pesar de todos los medios de que disponía la burguesía, no logró empañar la probidad de los combatientes. Valga como prueba elocuente cuando después de los fusilamientos de Trelew, en medio de un copamiento de la policía y las FF.AA. de la ciudad, la ciudadanía ganó las calles para liberar a los militantes populares que habían sido arrancados de su dormitorio por haber sido solidarios con los presos políticos. Estas son algunas de las consignas que creó el pueblo trelewtense: “Abajo los marinos, cobardes y asesinos”; “ni gorras ni botas, fusiles y pelotas”; a los comerciantes: “Apoyen las luchas que Trelew está de duelo”. Es muy evidente que la simpatía por los combatientes había calado hondo en algunos sectores de la población. Esto es innegable. De ahí a que las masas estuvieran dispuestas para la lucha armada es otro cantar. En mi opinión sólo lo más consciente de la clase trabajadora estaba dispuesta a empuñar el fusil, el resto no. Me parece que, con todo el respeto que tengo por quienes transitaron ese difícil sendero de la lucha armada, es muy probable que Santucho y sus seguidores sobreestimaran ese nivel de conciencia de clase. Pienso también ahora con los hechos consumados, que el PRT subestimó la capacidad de respuesta de la reacción.
La represión tenía perfectamente claro que las huestes que comandaba Santucho eran gente convencida y decidida a morir por lo que ellos creían. No es para nada casual que cuando era detenido un militante del PRT-ERP en su mayoría después de los tormentos eran considerados directamente irrecuperables y directamente asesinados. El mismo concepto tengo de los militantes de otros grupos armados como los de FAR, FAP y Montoneros, aunque por lo que se sabe muchos de los jefes montoneros han decepcionado a sus militantes. No es el caso de los compañeros de las FAR, FAP como Marcos Osatinsky, Carlitos Astudillo, Alfredo Kohon, Mariano Pujadas, Carlos Arroyo, y muchos otros que se llevaron a la tumba todo lo que sabían aunque fueron atormentados por sus verdugos. Para todos ellos mi eterno reconocimiento y afecto. Para los conversos que por un plato de lentejas se pasaron al campo del enemigo, todo el desprecio y el odio que se merecen.
Una última reflexión. Hasta donde a mí me da la sesera, no he encontrado un solo hecho que justifique la existencia de las FF.AA. y, ni de todo lo que conforma el aparato represivo salvo, claro está, la defensa del orden constituido. Existe una montaña de pruebas irrefutables que muestran con más claridad la luz del día, que las FF.AA. y los curas han estado históricamente del lado de los masacradores de civiles indefensos. Es más, nadie puede explicar razonablemente para que en un país atrasado y dependiente como el nuestro, el pueblo trabajador necesita mantener una manga de sanguinarios que, lo digo una vez más, sólo sirven para asesinar a personas indefensas. La moraleja es sencilla: si de verdad se quiere terminar con la injusticia, comencemos por no mantener más a nuestros propios verdugos. Si se quiere luchar por los derechos humanos, si de verdad se quiere terminar con los secuestros, el gatillo fácil, no existe otra posibilidad que terminar con la régimen capitalista, porque se mire por donde se mire, la raíz de todos los males del género humano está en este sistema económico, social y político que posibilita que más de 2.000 millones de personas estén bajo la línea de la pobreza. Nacen y mueren de hambre o de enfermedades que se podrían evitar. Creo firmemente que la disyuntiva sigue siendo socialismo o barbarie. No veo otras posibilidades. La única falencia visible es la carencia de cuadros obreros. En este aspecto, por ahora, nos aventaja la burguesía.
Extraído del libro de Gregorio “Goyo” Flores, Lecciones de batalla, una historia personal de los 70 (año 2006)
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