Estos últimos meses se están produciendo acontecimientos muy significativos en el mundo y en la región. Por un lado, la crisis capitalista de sobreproducción que viene desde 2008 lleva a los gobiernos de distinto signo político y de diferentes países del mundo a imponer ajustes cada vez más duros al conjunto de la clase trabajadora y sectores populares.

Por otro lado, grandes movilizaciones enfrentan la avanzada del capital, en varios casos con insurrecciones, manifestando el gran poder de negación que tiene la clase trabajadora junto al campesinado, originarixs, estudiantes, movimientos feministas o ecologistas.
En estos grandes hechos de clases que van de una punta a la otra del planeta vemos una contradicción de hierro propia de la etapa que estamos viviendo: el capital empuja a la población a la miseria, a la pérdida de derechos, y la clase trabajadora junto sus aliados enfrenta en la calle esa tendencia y busca frenar los planes de ajuste.
En muchas de estas revueltas se ha logrado frenar planes antipopulares, detener recortes, jaquear presidentes, arrancar medidas paliativas. Ahí puede verse el poder de negación de la clase, su capacidad de decir basta, no va más.
La obstinación del capital de imponer su miseria a la mayoría de la población mundial lo está llevando a emplear duras represiones, instalando regímenes de excepción con suspensión de derechos y garantías, con asesinatos masivos y detenciones arbitrarias, con desapariciones, incluso con ataques sexuales.
La obstinación del capital se traduce en planes de guerra y ocupación de sus propios países por medio de las fuerzas represivas, que aplican todas las tácticas propias de la guerra y del terrorismo de Estado, democracias militarizadas.
La única propuesta del capital es la miseria planificada de millones y la sostienen mediante el despliegue de la fuerza bruta. A falta de razón, la violencia explícita del Estado. Aunque sin un horizonte revolucionario, la clase trabajadora despliega en forma sostenida su enorme capacidad de resistencia.