De Salvador Allende a Evo Morales

Más allá de las enormes diferencias en cuanto al contexto y a las políticas aplicadas por sus respectivos gobiernos, podemos trazar un paralelismo entre los procesos representados por Allende en Chile en los años 70 y por Morales en Bolivia en los primeros años del milenio que inicia. El propósito es reflexionar, a partir de ambos golpes cívico militares, acerca del carácter actual del Estado, del régimen democrático, y de cómo la experiencia histórica nos muestra cómo pueden conquistarse los derechos sociales plenos para la clase trabajadora y los sectores populares.


La “Vía pacífica al socialismo” y el “Proceso de cambio”


En el año 70 en Chile Salvador Allende accedía a la presidencia por medio de elecciones. En el marco de una Etapa Revolucionaria, inauguraba una nueva época en el país trasandino señalando un camino al socialismo por la vía institucional o pacífica, para diferenciarlo de la Cuba revolucionaria. En ese marco, impulsó una serie de importantes conquistas sociales para el pueblo.
Pronto la derecha reaccionaria comenzó a ganar las calles e impulsó lock out y boicots económicos contra el gobierno y su proceso social, que fue abortado finalmente en el año 73 con un golpe de Estado encabezado por el general de las FFAA de Allende, Augusto Pinochet, con miles de detenidxs desaparecidxs.
La confianza en los cambios sociales estructurales en forma pacífica dentro de los marcos de la república democrática -es decir el reformismo- que encarnó Allende se ha pagado muy alta: el pueblo chileno desde entonces sufre los costos de aquella experiencia reformista de intentar conquistar la plenitud de los derechos sociales por la vía institucional.


Evo Morales por su parte accedió al poder en 2006 y fue el primer presidente indígena de Bolivia con mayoría indígena, todo un dato de la realidad política de ese país. Desde entonces encaró el “proceso de cambio” que empoderó a la clase trabajadora de ese país, a lxs indígenas, y a todos los sectores históricamente excluidos. Su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), logró abrazar a vastos sectores de los movimientos sociales colocándolos tras de sí y aumentar su participación política.
El proceso encabezado por Evo Morales podríamos decir que fue virtuoso desde el punto de vista del capital. Más allá de las consideraciones que podamos hacer, los números de su gestión son contundentes y permitieron cierto reparto de la riqueza. Al mismo tiempo, durante todo el proceso, la burguesía no dejó de hacer extraordinarias ganancias. Evo Morales era elogiado por todos los organismos financieros internacionales.

En diciembre pasado, luego de convocar a nuevas elecciones presidenciales frente a los cuestionamientos sociales y tras trece años de gobierno, Morales tuvo que renunciar a su mandato forzado por un golpe de Estado cívico militar. Su renunciamiento, realizado con el fin de pacificar Bolivia y evitar la lucha fratricida, no surtió el efecto que buscaba: no frenó las matanzas contra el pueblo ni la proscripción ni la persecución ni el derramamiento de sangre ni el envalentonamiento de la derecha. Todo lo contrario.
No podemos decir hoy con certeza qué costo tendrá para la clase trabajadora la aventura reformista encarnada por Evo o cuánto costará levantarse. Ya con lo sucedido estos pocos meses nos basta.


Allende, Morales, Estado, Capital y derechos sociales


Más allá de todas las diferencias entre ellos, ante todo hay que decir que la definición política de la lucha de clases se expresa en quién y cómo se hace con las riendas del poder en determinado momento histórico. Tanto el caso de Allende como el de Morales son producto de la lucha de clases.
En el primero de los casos, en un contexto de avanzada de la lucha obrera y popular en buena parte de América Latina, la Unión Popular de Allende fue un frente donde confluyeron distintas corrientes políticas con ideas social-reformistas, es decir donde primaba una estrategia pacifista y gradualista para ejercer el poder y alcanzar el socialismo.
El caso de Evo Morales en este punto es distinto, ya que accede al poder tras el ascenso de masas en la lucha del pueblo trabajador boliviano contra la privatización del agua y del gas a principios de los años 2000. Así, el MAS es la respuesta política de la burguesía nacionalista de corte progresista con arraigo en ciertos sectores del movimiento campesino indígena, particularmente entre los productores de coca.
Así, el relativo aumento del reparto de la riqueza y de la participación política (siempre bajo el mando del masismo) en Bolivia es, antes que una dádiva del gobierno, una conquista de la clase, la cual al mismo tiempo fue siendo encorsetada por los compromisos políticos del propio Evo con la burguesía. Con esto queremos decir que el avance de la clase trabajadora en lucha tiene potencia para negar los planes del capital forzándolo a encontrar otros formas de mantener su dominación, cosa que se termina imponiendo cuando el movimiento de lucha carece de una perspectiva socialista y revolucionaria y una organización política fuerte.
Tanto en el caso chileno como el boliviano, se optó por la conciliación de intereses entre el capital y la clase trabajadora, sin cuestionar a fondo la propiedad privada de los medios de producción ni el secreto comercial ni la especulación económica ni la ganancia por medio de la explotación.
Ambos proyectos reformistas demostraron en forma trágicamente palpable la incompatibilidad entre, por un lado, justicia social y democracia plena y, por otro, capital. Por supuesto que no decimos que sea todo lo mismo, pero es cierto que las patronales no conocen más que el régimen del dinero sin cuestionamiento, y si olfatean cierto empoderamiento de las clases subalternas pronto se aprestan a cortar el proceso de cuajo, más tarde o más temprano, bien con los métodos dictatoriales más tradicionales al estilo Pinochet o Videla, bien con otros más “modernos” y con ropaje institucional como el caso de Añez.
El capitalismo, régimen de minoría, no conoce de progreso y bienestar para todos, y se ha comprobado prácticamente inservible querer revestirlo con rostro humano, como lo intentaron Allende y Morales o nos invita aquí Alberto Fernández. Aunque no solamente, cuando arrecian tiempos de crisis o se decide a recuperar lo perdido, el capital va por todo y con los métodos más viles.
Reformismo o Revolución
Ante los hechos del pasado más remoto –los bombardeos al palacio de la Moneda y los detenidxs desaparecidxs- o del pasado inmediato -el golpe de Estado en Bolivia y las masacres-, es necesario reflexionar y encontrarnos nuevamente con Marx, Engels, Lenin y Trotsky, entre otrxs.
Ellos advirtieron en reiteradas ocasiones a la clase trabajadora acerca del carácter actual del Estado, de su régimen republicano, y dieron una dura batalla contra los falsos socialistas y la utopía pequeño burguesa de alcanzar una sociedad de bienestar completo de la mano del capital dejando intactas sus instituciones. El caso aún candente de Bolivia nos demuestra en forma manifiesta la vigencia de lo que señalaban aquellos referentes mundiales del proletariado.
Una y otra vez esos grandes militantes nos han señalado que el actual Estado no somos todos, que el mismo no es un órgano de conciliación, que no puede ser llenado con cualquier contenido de clase y que no puede ser cambiado gradualmente en forma indefinida hasta obtener otro carácter. El actual Estado es burgués y eso significa que se trata de una herramienta de explotación, de coerción y de dominación de la burguesía, y que sólo puede servir a ella.
En su célebre texto “Estado y Revolución”, Lenin, en discusión contra los reformistas que apostaban al cambio del Estado desde adentro en convivencia con el capital, sentenciaba: “La república democrática es la mejor envoltura de que puede revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital, al dominar (a través de los Pakhinski, los Chernov, los Tsereteli y cía.) esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su poder de un modo tan seguro, tan firme, que ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática, hace vacilar este poder.”
Hacer la revolución por una sociedad para todxs
En busca de la verdadera justicia social y de la democracia plena, hoy como ayer, lxs revolucionarixs apostamos no al cambio gradual de este Estado sino a su destrucción a través de la revolución y su reemplazo por un Estado Obrero y Popular, con todas las herramientas políticas necesarias para organizar y defender la sociedad naciente contra la reacción contrarrevolucionaria.
Ese nuevo Estado debe hacerse necesariamente de los resortes económicos fundamentales de la Nación y desarrollarse en dirección hacia el socialismo, única vía para que las masas laboriosas puedan incluso conquistar derechos tan básicos y elementales como el trabajo en condiciones, el salario digno, la salud, la educación, la tierra, la vivienda propia, el medio ambiente saludable, etc, todas cuestiones que este capitalismo sencillamente no puede dar.
Pese a la crudeza de lo que implica afrontar la realidad y el necesario sacrificio de los pueblos que conlleva la lucha contra el poder real por una justicia social verdadera con derechos para todxs, es necesario y urgente emprender hoy mismo el camino de la revolución y convencer a cada vez más compañeras y compañeros de la verdadera perspectiva emancipadora.
Que no es con todxs conciliando, cerrando la grieta, ni gradualmente, ni pacíficamente, que se han conquistado o conquistaremos los derechos sociales plenos para la mayoría –como lo intentaron, pese a sus matices y épocas, Allende, Morales, y como nos invita en Argentina Alberto y Cristina Fernández-, sino sólo si entre todxs somos capaces de unirnos para desarticular y suprimir el verdadero escollo de la sociedad: la minoría dominante, la burguesía, su propiedad privada y su Estado.

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