No estamos en guerra: necesitamos un sistema de salud que dé respuestas
Desde el primer caso de COVID-19 en Argentina se ha ido construyendo un discurso de guerra y unidad nacional contra el enemigo invisible: el coronavirus. Estos discursos que circulan por el cuerpo social preparan una subjetividad reaccionaria en la población que debemos enfrentar sin vacilaciones todas y todos los militantes revolucionarios.

Pelotudxs, chetxs y verdugueos
Mientras la televisión, las radios y los diarios azuzan contra los que no cumplen la cuarentena, haciendo foco en las largas colas para ingresar a Pinamar o Monte Hermoso, van construyendo la idea de no cumplimiento general de la norma.
De este modo preparan la subjetividad de la población para el desembarco de las fuerzas de seguridad y las FFAA en el control de las poblaciones, pero con más poder en el marco de la emergencia del que suelen tener en lo cotidiano.
El presidente Alberto Fernández se encarga de reforzar esto en medios públicos. Por ejemplo, al tratar de “pelotudo” al cheto de las tablas de surf, fomenta el discurso de la persecución policial. A su turno, las pantallas de C5N promueven la denuncia entre vecinos en forma constante, mientras poco o nada han mostrado acerca de los abusos de las fuerzas represivas.
El presidente ha dicho: “Seremos inflexibles”. Esas palabras se traducen como un gran respaldo al accionar de las fuerzas represivas.
Así, en esta primera semana de cuarentena obligatoria, las fuerzas de seguridad han protagonizado detenciones arbitrarias, armado de listas de transeúntes, verdugueos -que en verdad son prácticas de tortura-, corridas en moto, tiroteo a casas y malos tratos de toda índole. Como sostiene la CORREPI: “Las fuerzas de seguridad no actúan de la misma forma en los barrios populares y las villas, ni tratan de igual forma a lxs pibxs y trabajadorxs que a habitantes de zonas privilegiadas.”
El discurso de la guerra adquiere su primera determinación: el enemigo es el otro, el de al lado, el que te puede contagiar, el que no cumple. Y como enemigo, debe ser denunciado y combatido.
La cuarentena como cuidado o como vigilancia
En tanto avanza el discurso guerrerista, la medida de cuarentena tiene como pretensión el cuidado de la población al buscar disminuir el tránsito de personas y por lo tanto de contagios, con el fin de evitar el colapso general del sistema de salud, que arrastra una situación crítica de desfinanciamiento desde hace muchos años.
Lo que esencialmente es una medida de cuidado, adquiere en el discurso guerrerista la forma de un Estado policial. Las fuerzas de seguridad se encargan de hacer cumplir la medida de cuarentena, no desde una lógica de cuidado ni humanitaria, sino como una medida policial, con lógica de delito, de control de poblaciones. Así el discurso de la guerra adquiere su segunda determinación: el enemigo es la población que debe ser controlada mediante la fuerza policial.
Las condiciones de salud son las condiciones de vida
Mientras este discurso guerrerista corre por el cuerpo social, se logra invisibilizar lo que realmente ocurre.
Las barriadas precarias de los conurbanos bonaerense, rosarino, cordobés, así como las villas de CABA, alojan a cientos de miles de personas que, a diario, padecen la falta de condiciones de vida. La falta de agua potable, de agua corriente, de gas natural, de cloacas, de espacio en las viviendas, de alimentos, de elementos de higiene.
En una sociedad donde 1 de cada 2 niñxs es pobre, evidentemente no se puede abordar una cuarentena como se propone desde el gobierno sino es mediante la disposición de una enorme masa de recursos para garantizar esas condiciones de vida.
Al subsidio de emergencia de $10.000, el aumento de la AUH y la entrega de bolsones de mercadería -aunque debería se más abundante- desde los comedores escolares, debe sumarse la provisión de elementos de higiene y sobre todo abordar las condiciones de hacinamiento.
En tal sentido, en muchos casos los barrios populares no dan para practicar la cuarentena, y se debe disponer desde el gobierno nacional con urgencia la utilización de hoteles para descomprimir las barriadas que no pueden practicar la medida sanitaria, garantizando a las familias su estadía en ellos mientras duren las medidas de aislamiento social.
Finalmente, el discurso del incumplimiento de la cuarentena como discurso de guerra también invisibiliza la realidad de miles y miles de trabajadores y trabajadoras que se ven obligadas a ir a sus lugares de trabajo por presión de las empresas, pues las patronales sólo quieren mantener la explotación de la fuerza de trabajo aunque no sean producciones esenciales las que realizan.
Se siguen produciendo paragüitas y huevos de pascua en Felfort, facturas congeladas para exportar en Bimbo, cerveza en Quilmes, así como otras producciones no esenciales en este momento como es la que se realiza en Techint, Siderar y todo el polo industrial de Campana, así como es la producción vitivinícola de Mendoza, entre muchos otros casos.
La unidad nacional y el discurso de guerra
De la mano de la idea de guerra, surge la concepción de “unidad nacional”. Todos los partidos políticos patronales manifiestan que en esta guerra no hay grieta, mostrando que la grieta política era una estrategia de marketing electoral.
La unidad nacional de hoy contra el enemigo invisible abre camino a una posibilidad peligrosa para lxs trabajadorxs: la de la unidad nacional para reconstruir el país en la crisis poniendo todxs, sin distinción de clase, el hombro.
Ya antes del COVID-19, Alberto Fernández había ensayado el discurso de solidaridad ante la crisis y la herencia recibida. Esta solidaridad se concretó en una rebaja a un sector de lxs jubiladxs y el planteo de que todo aquel que ganaba más $20.000 debía ser solidario, cuando la canasta familiar estaba por arriba de los $63.000.
En la nueva etapa que se abre, la unidad nacional va a servir como plataforma de ataque al conjunto de la clase trabajadora. El discurso de guerra para determinar a los enemigos que no quieren aceptar las nuevas condiciones, es decir, que existe la posibilidad de una nueva determinación del enemigo nacional: la clase trabajadora que no acepta el ajuste.
La presión de las patronales para ajustar salarios, despedir y suspender trabajadorxs va a ir creciendo a medida que se extienda la cuarentena. Sus intenciones de reformas previsionales, laborales e impositivas a su medida no han cesado, sólo pasaron a segundo plano en términos mediáticos.
Ya hemos visto en Italia cómo las patronales lograron una cuarentena a medida, manteniendo todas las fábricas abiertas y forzando a millones de trabajadorxs a contagiarse o morir de hambre. Ya hemos visto aquí mismo en Argentina la actitud del mayor holding empresario del país, Techint, despidiendo 1.500 empleados en medio del aislamiento social.
La unidad nacional es una ficción. Las patronales poseen fortunas inmensas que han acumulado a lo largo de décadas de explotar el trabajo obrero, o bien por vivir del Estado. Hoy esa acumulación en manos privadas resulta necesaria para afrontar la crisis del COVID-19 y las necesidades de la población que no puede hacer frente a la cuarentena. No puede ser que la ganancia sea privada, pero las pérdidas se repartan entre la sociedad.
Sólo con las 50 fortunas más grandes del país podríamos aguantar la cuarentena, comprar los insumos necesarios para la salud y reconvertir fábricas para la producción de productos esenciales que estén pensados en función de las necesidades sociales y no de las ganancias privadas.
Impuesto a las grandes fortunas
Alimentos y elementos de higiene para la población.
Aumento sustancial del presupuesto de salud, centralización de todo el sistema sanitario al mando del Estado bajo control de lxs trabajadorxs.
Producción para las necesidades sociales, no para las ganancias.