Elecciones en Brasil: Ante el triunfo de Bolsonaro en la primera vuelta

El Fascismo también se viste de democracia

Las recientes elecciones en Brasil arrojan un triunfo con un 46% para Jair Bolsonaro y un segundo y lejano lugar para Hadad del PT con el 29% de los votos afirmativos. Se estima en 20% la cantidad de personas que no asistieron a los comicios.

Con estos números parece difícil para el candidato del PT dar vuelta el resultado, lo cual deja en las puertas del acceso al poder de Brasil a un candidato de origen militar, de ideología fascista, homofóbico, misógino y racista.

Detrás del fenómeno electoral emergen una serie de análisis que las y los revolucionarios debemos llevar adelante con templanza y sin caer en impresionismos o desesperaciones que llevan al oportunismo.

El régimen democrático es el terreno de la burguesía

El triunfo de Bolsonaro nos alerta sobre una necesaria conclusión que es necesario llevar hasta las últimas consecuencias: el régimen democrático de elecciones periódicas y con candidatos mediáticos no es un anticuerpo contra el fascismo.

El propio juego de las elecciones permite, en los hechos, que factores de poder diversos construyan un candidato y lo pongan en el gobierno mediante un mecanismo de legitimidad que supone fue electo por todas y todos en la libre participación.

Sin embargo, detrás de Bolsonaro se articulan millones y millones de Reales, que financian la aparición del candidato como figura mediática. Los monopolios mediáticos como O Globo (el equivalente de Clarín en Brasil) han hecho un gran esfuerzo para lograr instalar nacionalmente al ex-militar. El ejército brasilero también ha jugado un importante papel en la instalación del personaje.  Y finalmente pero no menos importante, las iglesias evangélicas, que han puesto todo su aparato territorial y mediático al servicio de la candidatura de Bolsonaro.

Estos factores de poder han garantizado que Bolsonaro se posicione como un dirigente con predicamento popular a pesar de su contenido fascista, racista, misógino y homofóbico.

Es decir, que la democracia formal, en la que se votan figuritas mediáticas cada dos años, ha dado a luz a un líder que puede ir contra la propia democracia.

La institucionalización estatal prepara el terreno para el fascismo

Los gobiernos del PT han sido claramente responsables de esta situación en la que hoy se halla Brasil.

Todo movimiento político que, desde las instituciones burguesas, condiciona la movilización y expresión de las masas, que regimenta sus organizaciones y las acostumbra a no luchar con sus propios métodos, sino a esperar la política del gran líder, lleva a un adormecimiento, a un apaciguamiento de las fuerzas obreras y populares.

Es decir, que la promesa de conciliación de intereses entre clases antagónicas mediante la democracia burguesa lleva a limar la verdadera potencialidad de los movimientos de trabajadores, campesinos sin tierras, mujeres y estudiantiles. Los deja atados de manos, confiando en las instituciones que sirven a los intereses de la burguesía y no a los propios.

A tal punto esto es así que ya el gobierno de Dilma Rousseff venía aplicando las políticas pro mercado de ajuste que el gobierno ilegítimo de Temer profundizó y llevó adelante con la decisión que reclamaban los dueños del país.

A Dilma Rousseff no le dieron el golpe institucional por ser una líder de izquierda, sino porque el esquema de ajuste gradual que estaba llevando adelante ya no se ajustaba a las necesidades del capitalismo en crisis desde 2008. La salida para la burguesía es la baja brutal del valor histórico de la fuerza de trabajo.

Ante esa coyuntura, el PT buscó administrar la política económica en forma gradual; luego Temer la impulsó a toda velocidad pero sin legitimidad; Bolsonaro se propone ahora coronar ese plan de ajuste mediante la implantación de un régimen policial y militar legitimado por medio de las urnas.

La trampa del balotaje

Los llamados a votar a Haddad para frenar el fascismo caen en saco roto. Si las elecciones sirviesen para frenar el fascismo, ya lo deberían haber hecho. Pero, al contrario, el fascismo se impone mediante la legitimación de las elecciones.

Las alianzas entre partidos del régimen brasilero (los mismos que están salpicados por el golpe institucional a Rousseff, por la corrupción y por la represión permanente en las favelas) para detener a Bolsonaro no pueden cambiar el curso de la historia.

El amplio triunfo del fascismo en las urnas se explica por una profunda crisis social en Brasil en la que calan discursos de derecha y por años de políticas para que la clase trabajadora no cuente con su propio programa y sus propias organizaciones.

La idea fuertemente propagada por las direcciones stalinistas, de hacer un frente popular para frenar al fascismo, se han demostrado más que equivocadas en la historia del siglo XX. La experiencia de España en 1936, de Francia durante la segunda guerra mundial, de China en 1927, o la integración del castrismo a los proyectos burgueses del kirchnerismo, de Lula y de Chávez-Maduro, muestran un rotundo fracaso de esas políticas.

Los Frentes Populares, históricamente, no sólo no han detenido al fascismo, sino que han preparado la derrota de la clase obrera y el pueblo trabajador, que se ve forzado a confiar en sectores de la burguesía, en las promesas de armonía de intereses o en diferentes sectores del ejército.

El fascismo sólo puede ser enfrentado con una política consecuente de la clase obrera y el pueblo trabajador, con sus organizaciones de combate a la vanguardia, desarrollando los métodos de enfrentamientos propios de las masas.

Esto es: las huelgas, las movilizaciones, las ocupaciones de fábricas, las expropiaciones y el enfrentamiento abierto y decidido contra los sectores fascistas movilizados.

El PT nada ha hecho para frenar el desarrollo de los evangelistas, que hoy se presentan como una fuerza de apoyo a los diferentes regímenes de Latinoamérica.

En México, en Brasil y en Argentina estas iglesias reaccionarias, machistas, misóginas con fuerte arraigo popular, juegan en la gran política movilizando a sectores de masas para frenar ampliaciones de derechos, como el caso de la ley de aborto en Argentina, o militando elecciones desde la posición de poder de pastores y predicadores.

A modo de conclusiones

La democracia como régimen burgués puede engendrar y legitimar al fascismo.

Por lo tanto, la defensa irrestricta de la democracia formal es una consigna equivocada que nos lleva a la trampa de tener que elegir cuál es el verdugo que nos va a esquilmar.

Esta democracia formal, individual, hecha con campañas mediáticas millonarias que nada tienen de participación democrática, debe ser enfrentada con otra democracia: la democracia obrera de asambleas populares, donde los representantes electos sean revocables y cobren exactamente lo mismo que un trabajador.

El Frente Popular como estrategia política para detener el fascismo no hace más que alimentarlo, mostrando a los sectores de masas movilizados demasiado respetuosos de las instituciones, poco confiados en sus propias fuerzas y, por lo tanto, sin capacidad de dirigir al resto de la sociedad.

La carencia de un programa propio alimenta la confusión en las masas, evidenciando que, en el fondo, todas las fuerzas proponen mantenerse dentro del régimen.

Sin programa de clase, sin firmeza y sin organización política revolucionaria es imposible para las masas derrotar al fascismo.

En este sentido, el PT ha jugado a favor de Bolsonaro al no enfrentar la reforma laboral, el saqueo de las multinacionales con el Mundial de Fútbol, los ajustes al pueblo pobre, y, sobre todo, al no darle a la clase trabajadora herramientas políticas para su emancipación económica y social.

La construcción de un Frente Único Revolucionario, donde se practique el debate entre fuerzas y la centralización de la dirección para el enfrentamiento contra el fascismo y el capitalismo, es una necesidad imperiosa.

Sólo con un programa de antagonismo real al régimen capitalista se puede detener al fascismo, ya que este es funcional a los intereses de la burguesía. Así lo muestra la bolsa de Sao Paulo.

En un escenario latinoamericano de avance de la reacción, el conjunto de las fuerzas revolucionarias debemos superar las políticas de sectarismos, construcciones personalistas y electoralistas, y prepararnos seriamente para enfrentar con hechos a la derecha y a quienes por acción u omisión la dejan crecer y envalentonarse, como ya pasó en Honduras, en Paraguay, en Argentina y, ahora, en Brasil.

18-10-2018

Partido por la Revolución y el Comunismo – PRC

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