Finalmente los resultados de la segunda vuelta de las elecciones terminaron por confirmar a Jair Bolsonaro como presidente de Brasil por el 55% de los votos, superando claramente al candidato del PT Fernando Haddad y abriendo una nueva etapa en la vida política del país vecino. Está claro que se vienen tiempos difíciles para lxs trabajadorxs y también está claro, como decíamos en una nota anterior, que el PT tiene una responsabilidad importante en el avance de esta nueva derecha reaccionaria.
Llega a la presidencia de Brasil un candidato impulsado por el partido militar, llevando como vicepresidente a Hamilton Mourão, general retirado y abierto defensor, al igual que Bolsonaro, de la dictadura brasileña. Además es apoyado fuertemente por las las iglesias evangélicas, que tienen con Bolsonaro la chance de ir a fondo con su programa anti derechos. La fuerte alianza del nuevo presidente con los evangelistas puedo verse en su primer discurso luego de ganar las elecciones, donde se presentó junto a un pastor que dio una oración de agradecimiento que cerraba con un “Brasil y Dios por encima de todos”, el lema de campaña. Bolsonaro tiene un programa de gobierno abiertamente racista, misógino y anti obrero; considera a las sexualidades disidentes una enfermedad (declaró que preferiría a un hijo muerto antes que gay). Y su gabinete, anunciado poco después de ganar, confirma por los nombres que estas políticas estarán a la orden del día.
Por otro lado hay cierta incertidumbre con respecto a su política económica e internacional. Si bien Bolsonaro está lejos de plantear un cambio en el modelo económico actual, sí anunció que va a fortalecer las relaciones con EEUU e Israel, y abre el interrogante de qué pasará con el BRICS y las relaciones económicas que Brasil estaba construyendo con China en los últimos años. Por otro lado su ministro de economía, Paulo Guedes, anunció que el Mercosur no será una prioridad del nuevo gobierno, lo que puede suponer un grave desbarajuste para la economía argentina, que tiene a Brasil como su principal mercado.
El triunfo de Bolsonaro muestra a las claras la debacle del PT. Si bien Haddad tuvo algunos buenos resultados en el nordeste, y en especial en el estado de Bahía, perdió en el resto del país, en muchos casos por amplio margen. En el estado de San Pablo Bolsonaro obtuvo el 68% de los votos, el mismo porcentaje que en Río de Janeiro y porcentajes muy similares en el resto de los estados del sur. En Amazonas la victoria de Bolsonaro fue más ajustada, por menos de un punto de diferencia. Es interesante destacar el dato, en este caso de la primera vuelta, de la derrota de Dilma Rousseff, que quedó cuarta en su candidatura en el estado de Minas Gerais y no logró ingresar al senado.
Otro aspecto a analizar es la participación: en la segunda vuelta votó el 78% del padrón habilitado, por lo que unxs 31 millones de brasileñxs no acudieron a las urnas. A esto se le suma un total de 11 millones de votos blancos y nulos. Estos números muestran a las claras una falta de confianza en el proceso electoral, pero sería erróneo adjudicarlo a los actuales candidatos o lo coyuntural de la actual votación, ya que son números similares, apenas un poco mayores, a la elección de 2014 donde Dilma Rousseff y Michel Temer fueron elegidos presidenta y vice (y si hacemos un paralelismo con Argentina son porcentajes de participación similares a los del último balotaje entre Macri y Scioli).
Más allá de los números de la elección es importante recalcar la responsabilidad del PT por la situación en la que se encuentra Brasil. Lejos de ser Bolsonaro el único emergente de la derecha reaccionaria, desde hace tiempo el fascismo se organiza en las calles (recordemos el asesinato de Marielle Franco en Marzo de este año) y difícilmente un triunfo ajustado de Haddad hubiera podido modificar ese rumbo. Más si tenemos en cuenta las políticas que el PT se dio, evitando la movilización masiva a fondo en las calles y confiando en las instituciones incluso cuando Dilma fue destituida y remplazada por Temer en un golpe palaciego en el congreso o cuando Lula (candidato a presidente con mayor intención de voto) es detenido y encarcelado, impidiendo que se presente en las elecciones, por una decisión muy cuestionable del juez Moro.
Lo real es que durante su gobierno el PT aplicó el ajuste que necesitaba la burguesía sobre lxs trabajadorxs y fue luego reemplazado por la misma burguesía mediante la maniobra del impeachment a Dilma, cuando necesitó acelerar los tiempos del ajuste, elevando a Michel Temer a presidente. Finalmente Bolsonaro llega, legitimado por los votos, a terminar de aplicar las políticas antiobreras que faltan, como por ejemplo la reforma previsional. Y, cosa no menor, llega con un discurso fascista, misógino y racista que va a llevar a retrocesos mucho mayores. Bolsonaro, antes de las elecciones, adelantó que piensa ilegalizar y perseguir a los movimientos sociales como el MST (Movimiento de los Sin Tierra) y el MTST (Movimiento de Trabajadorxs Sin Techo), que va a avanzar con las reformas laboral y previsional, entre otras medidas contra todxs lxs trabajadorxs.
Hoy en Argentina, alentados por el triunfo de la derecha en Brasil, vemos como muchos (Pichetto, Bullrich, Berni, Olmedo o Massa) se prueban el traje de Bolsonaro y proponen salidas por derecha a la cada vez más cierta debacle del gobierno de la alianza Cambiemos. El ejemplo de Brasil nos toca de cerca por lo geográfico, pero podemos incluirlo en la ola de resurgimiento de la extrema derecha fascista que se reinventa y reaparece en todo el mundo: Trump y su discurso xenófobo y misógino en EEUU, los gobiernos reaccionarios de Salvini en Italia u Orbán en Hungría junto al alza en toda Europa de la derecha más rancia y xenófoba, nos demuestran que hoy más que nunca que es necesario luchar por un gobierno de lxs trabajadorxs y no confiar en opciones frente populistas que gestionan el estado para la burguesía y abren el espacio para que crezca la reacción fascista.
PRC, 09/11/2018.